La lista de festivales de música marcados por cancelaciones por sus vínculos con Israel
El calendario de festivales de 2025 estalló, de repente, en una arena política. La compra de Superstruct Entertainment —empresa que agrupa a decenas de macrofestivales en España y Europa— por parte del fondo KKR encendió las alarmas entre artistas y colectivos: investigaciones y cartas abiertas señalaron inversiones relacionadas con la ocupación israelí y, con ellas, la sospecha de que parte del dinero que engrasa la industria cultural estaría, directa o indirectamente, “contaminado”.
En cuestión de semanas, se sucedieron cancelaciones en cadena, comunicados cruzados y protestas a pie de recinto. En paralelo, el movimiento BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones) —impulsado desde la sociedad civil palestina— ganaba tracción en la conversación pública y en la trastienda de la música en vivo. La discusión ya no era solo si actuar o no, sino de dónde procede el dinero de cada festival y qué posición adoptar cuando el conflicto entra por la puerta del backstage. El resultado: un mapa de bajas y gestos de protesta que atravesó la temporada de junio, los grandes carteles de julio y agosto, y llegó hasta los últimos coletazos de septiembre.
Este reportaje recorre, con enfoque periodístico, los festivales afectados en España (con los artistas que cancelaron en cada caso) y varias paradas internacionales que ayudan a entender la dimensión del fenómeno. Los enlaces internos te llevan a la información de contexto de Modofestival: fichas, estilos y agendas por mes o comunidad autónoma.
Festivales en España: cancelaciones confirmadas y contexto
Sónar (Barcelona)
El histórico festival de música avanzada se convirtió en símbolo de la polémica en junio de 2025. En pocos días, más de 50 cancelaciones sacudieron su programación. Entre las bajas comunicadas: Kode9, Ikonika, Juliana Huxtable, Tunik, Daria Kolosova y la DJ palestina Sama’ Abdulhadi, además de colectivos universitarios y artísticos vinculados a actividades paralelas. La organización, por su parte, sostuvo que el festival Sónar reinvierte íntegramente sus ingresos y expresó solidaridad con la población civil palestina, permitiendo exhibir banderas en el recinto.
El debate estalló en redes bajo etiquetas como #DeleteKKR, con parte del público reclamando responsabilidad en la escena electrónica y otros defendiendo el derecho a “mantener la música al margen”. En Cataluña, la discusión sobre patrocinios culturales y procedencia de fondos se coló en la agenda mediática del verano.
Viña Rock (Villarrobledo)
El gigante del rock estatal vivió una sacudida con ausencias de alto perfil en mayo. Cancelaron su presencia Reincidentes, Porretas, Boikot, Kaótiko y Fermín Muguruza; también comunicaron su negativa a actuar en festivales bajo el paraguas de KKR proyectos de rap y punk como Los Chikos del Maíz y Sons of Aguirre & Scila. La promotora defendió su independencia artística y negó injerencias, pero el debate prendió entre una parte del público más militante del Viña Rock y de la escena rock combativa de Castilla-La Mancha.
Festival Internacional de Benicàssim (FIB)
El clásico del indie en la Comunidad Valenciana vivió su punto de inflexión cuando Residente anunció que se bajaba del cartel por la vinculación de los dueños con inversiones relacionadas con Israel. A esa baja se sumaron Judeline y Samantha Hudson —esta última, en un gesto muy mediático, anunció su cancelación el mismo día—. Otros artistas, como Alizzz, decidieron actuar pero proyectando mensajes de apoyo a Palestina desde el escenario. El FIB asumió la tormenta y mantuvo la programación con reajustes.
Resurrection Fest (Viveiro)
En la gran cita del metal en Galicia se registraron, al menos, dos bajas destacadas: Ezpalak y Moura. La organización del Resurrection Fest mantuvo prácticamente intacto su plantel internacional, pero el eco del boicot alcanzó también a la comunidad metalera, menos dada a este tipo de posicionamientos públicos.
Monegros Desert Festival (Fraga)
El desierto aragonés fue escenario de una cancelación simbólica: el colectivo Fokin Massive anunció que no actuaría en el Monegros Desert Festival. La mayoría de DJs internacionales siguió adelante, pero en foros de escena techno y dance se reabrió el debate sobre “neutralidad” y límites del patrocinio. En Aragón, algunos colectivos hicieron visible la protesta alrededor del recinto.
Morriña Fest (A Coruña)
El Morriña afrontó la doble onda expansiva de la polémica: Residente canceló su concierto —igual que en Benicàssim— y varios artistas locales comunicaron que preferían no participar. El Ayuntamiento llegó a pedir explicaciones sobre los vínculos accionariales y el encaje ético de los inversores. En Galicia, la conversación trascendió del circuito musical y saltó al debate público.
Brava Madrid
El estreno de Brava Madrid en septiembre llegó entre pancartas y comunicados. Anunciaron su cancelación Pixie Lott, Villano Antillano, Aquaria y Abril Zamora. Además, colectivos convocaron concentraciones a las puertas del recinto con banderas palestinas. La organización negó cualquier vínculo comercial o económico con el Estado de Israel y aseguró que reinvierte todos los ingresos en el propio festival, pero reconoció su pertenencia a Superstruct. La discusión se instaló en Madrid en pleno arranque de curso cultural.
Arenal Sound (Burriana)
Sin una cascada de bajas como en otros casos, el Arenal Sound vivió un clima de protesta simbólica: banderas palestinas entre el público y proclamas puntuales desde el escenario en pleno agosto en la Comunidad Valenciana. El festival trató de mantenerse al margen, pero el debate sobre la procedencia de los fondos sobrevoló también la cita más masiva del verano mediterráneo.
Granada Sound
En el Granada Sound, centrado en el indie y celebrado en Andalucía, no se registró un número significativo de bajas de cartel, pero sí gestos públicos: la banda La Fúmiga proclamó “¡Palestina libre!” en pleno concierto y varios colectivos locales exigieron cortar vínculos con estructuras empresariales apuntadas por artistas y activistas.
Internacionales: las otras grietas del verano
Field Day (Londres, Reino Unido)
El caso más sonado en Reino Unido: más de 200 artistas y trabajadores culturales firmaron una carta abierta pidiendo al festival que se desmarcara de KKR. Se sucedieron las bajas de colectivos y DJs de su escena emergente: Sisu Crew (retiró su curaduría), ex.sses, Malissa, Ariana V, Ōkami o Chickie, entre otros. Field Day acabó publicando un comunicado de apoyo a Gaza, pero mantuvo el grueso de su programación.
Flow Festival (Helsinki, Finlandia)
La campaña #FlowStrike convirtió el debate en asunto nacional. Aunque no hubo una cascada de cancelaciones internacionales, sí gestos potentes: la banda Ruusut anunció la donación íntegra de su caché a ONG de ayuda a Palestina y reclamó, desde el escenario, cambios políticos concretos.
Tramlines Festival (Sheffield, Reino Unido)
También bajo el paraguas de Superstruct, recibió presión en medios y redes. Se vio obligado a desmarcarse públicamente de cualquier injerencia del nuevo accionista y a reafirmar su independencia artística.
Sydney Festival (Australia)
Un antecedente que hoy funciona como manual de crisis: en 2022, más de 20 cancelaciones por un patrocinio directo de la Embajada de Israel llevaron a la dirección a revisar su política y a anunciar que no aceptaría más financiación gubernamental extranjera. Su eco resonó este 2025.
Pop-Kultur (Berlín, Alemania)
Durante varias ediciones (2017–2018) encadenó bajas —entre ellas, la de Brian Eno o la banda Shopping— por su asociación con la Embajada de Israel. En 2023, el festival anunció el fin de esa colaboración, ejemplo de que la presión sostenida puede cambiar patrocinios.
Un debate que reordena la industria
El cruce entre música y geopolítica ya no es una hipótesis académica: está en la lista de bajas, en los comunicados de artistas y en la conversación del público que entra al recinto con una bandera en la mochila. Los festivales apuntados han respondido con mensajes de empatía, distancias respecto a sus accionistas y promesas de reinvención financiera. Del otro lado, crece la idea de que la neutralidad es imposible cuando hay derechos humanos en juego. El foco se desplaza a 2026: ¿habrá desinversiones, cláusulas éticas y nuevas políticas de patrocinio? Mientras tanto, la agenda de festivales incorpora, querámoslo o no, una pregunta incómoda: ¿quién paga la música?
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